El limitado o inexistente vínculo con sus familiares y amigos durante la pandemia tiene un gran peso sobre los adultos mayores de la isla, según revela este proyecto de AARP.

Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé

Imagínate la escena. “Una señora mayor relató que en plena cuarentena cogió un megáfono y se fue por su urbanización hablándole a la gente y compartiendo momentos de alegría con música”, relata la consejera y reverenda Lizzette Gabriel.

Los adultos mayores hablaron. ¿Los escuchamos? Esta vez sí. El proyecto Historias de adultos mayores en cuarentena: defender el bienestar y los vínculos sociales, de AARP Puerto Rico, seleccionó a 20 personas para formar parte de cuatro sesiones llevadas a cabo a finales de julio.

Usando la metodología de PhotoVoice, los participantes pudieron ventilar emociones acumuladas desde que comenzó el encierro por causa de la pandemia y el resultado es conmovedor.

“Esta metodología tiene el propósito de darle voz a las personas que viven situaciones de marginación y vulnerabilidad. Pretende visibilizar, con miras a la toma de decisiones, esos problemas que no se ven a simple vista, pero que este grupo lo enfrenta todos los días de su vida”, señaló Astrid Morales Jiménez, facilitadora de procesos comunitarios, quien trabajó la iniciativa con la organización que agrupa adultos mayores.

Morales subraya que los primeros días de la pandemia, varios temas dominaban la conversación pública y el estado de los adultos mayores y los retos que la cuarentena traía a sus vidas no era uno de ellos.

“Nos acercamos a estos líderes comunitarios de AARP que ya trabajan con la organización por años, para tener una conversación sobre cómo visibilizar lo que estaba siendo la vida en cuarentena de los adultos mayores y esos retos para mantener los vínculos sociales y el bienestar en momentos de cuarentena, donde se apostaba al distanciamiento social, y donde casi se cerraron todas las redes de solidaridad y apoyo que le permitían a ellos satisfacer muchas de sus necesidades”, explica Morales.

Cuatro temas sobresalieron en las conversaciones y quedaron plasmados en las historias que compartieron los participantes. El reto del aislamiento y la privación social que hizo que dejaran de sentir el apoyo y el acompañamiento de la comunidad fueron los primeros. El uso de la tecnología se convirtió en un inesperado vínculo con otros y no sabían manejarla bien.

La seguridad alimentaria fue otra fuente de estrés, pues se les indicaba que no debían salir de sus casas, pero debían acudir al supermercado en busca de víveres, aún cuando no había transportación pública para trasladarse.

Y, por último, estaba el tema más delicado: la pérdida de seres queridos y la imposibilidad de acudir a despedirlos y a presentar sus respetos.

La consejera y reverenda, Lizzette Gabriel, ha estado en el “centro de la batalla” todo este tiempo y participó en el proyecto.

“Del saque te digo que fue una experiencia extraordinaria”, nos cuenta Lizzette.

“Participé con el grupo, pero también estaba de observadora y fue una experiencia maravillosa porque vimos cómo ellos se fueron abriendo de una forma bien natural y expresando las cosas que le dolían. Una señora estaba contando ese sentimiento de abandono cuando veía otros adultos mayores que estaban solos, que nadie los venía a visitar -obviamente estamos en la pandemia-, pero se podían hacer visitas desde el portón o la acera. El sentir esa angustia por la soledad, a mí me conmovió de manera extraordinaria”, confesó la reverenda.

Los adultos mayores además compartieron inquietudes como ver el deterioro de sus casas y comunidades y no tener ayuda para detenerlo, y la dificultad de pasar procesos de duelo en solitario.

“Se supone que el duelo, cuando es acompañado, como quiera trae dolor y sentimientos encontrados. Pero cuando es un duelo no acompañado, cuando no pueden participar de ese proceso, de ver al familiar morir, de estar ahí en el velatorio, todo esto cambió para ellos y se convirtió en una vivencia bien dolorosa”, alerta.

HABLAR SANA

La buena noticia es que al verbalizar comenzó un evidente proceso de sanación. La consejera señala que quienes no se atrevieron a hablar al inicio, fueron bajando sus defensas hasta compartir sus sentimientos.

“El proceso sana en el sentido de que sacan eso que los ha tenido ahogados en su ser interior. Eso les ayudó a reenfocarse y a entender que no son los únicos viviendo esa situación. Les ayudó también saber que alguien estaba pensando en ellos, que hay gente pendiente a las cosas que ellos están viviendo”, dice Lizette, quien exhortó a replicar el proyecto en todos los municipios de la isla, “para que la comunidad de la tercera edad se sienta valorada y acompañada en momentos de necesidad. La experiencia que más se marcó en las sesiones era la soledad”.

Por su parte, Morales resaltó que el proyecto “no iba dirigido a buscar soluciones sino a crear una conversación que visibilizara los problemas de los que no se habla”.

“Este proyecto hace vibrar las fibras más íntimas de nuestra existencia”.

“Esas narrativas que ellos escriben incluyen las soluciones que les han dado a los problemas. Lo que descubrimos durante la conversación es que se convirtió en un espacio de catarsis, de mucha contención emocional porque no solo viven la problemática que reseñan en sus historias, sino que vienen enfrentándola en su comunidad. En el caso de los líderes, muchos de ellos estaban viviendo lo mismo, así que se convirtió en un espacio para manejarlo”, dijo Morales.

¿La gran lección del proceso? Darse cuenta de “qué mucho hacen los adultos mayores en nuestro país y qué mucho subestimamos esa capacidad de accionar, de atender y de satisfacer las necesidades”. “A veces son adultos mayores ayudando a otros adultos mayores con sus limitaciones de tiempo, de edad, de agilidad; están poniendo el cuerpo donde no necesariamente otros lo ponen”, subraya Morales.

Para José Roberto Acarón, director estatal de AARP, “este proyecto hace vibrar las fibras más íntimas de nuestra existencia”.

“Es una introspección individual y colectiva de la vida y sus aparentes pérdidas. Es una mirada intensa al propósito de la vida y la fortaleza del espíritu humano. Este compartir de almas que visibiliza las emociones intrínsecas del ser humano mayor que puede sentir miedo ante la pandemia del Covid-19, pero se crece ante sus propios ojos en el servir. Es un abrazo emocional cuando nos han cuarteado o quebrantado las redes de apoyo social, pero nunca la espiritual. Este proyecto es el corazón y el espíritu de la coexistencia humana de nuestra gente mayor ante toda eventualidad”, culminó Acarón.

Participantes:

Ana Salerna


Angie Díaz


Blanca Hernández


Dagmar Oquendo


Elizabeth Cruz


Idalia Zavala


Jeannette Díaz


Luisa Vicente


Rev. Lizzette Gabriel


Milagros Grajales


Nancy Rosario


Olga Rosa González


Ricardo Rivera


Rocío Montalvo


Zobeida González


 

Foto / Javier del Valle

 

Web Analytics