El arquitecto Francisco Javier Blanco Cestero, fundador del Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico, falleció a inicios de este mes y su sucesor en la organización, Fernando Lloveras, repasa su huella.

Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé

Cuando en la década de los sesenta todos lucían encantados con la acelerada construcción de carreteras, centros comerciales y urbanizaciones en todos los rincones de la isla, el arquitecto Francisco Javier Blanco Cestero levantó bandera.

Advirtió el peligro de alterar el hábitat natural e interponerse en la ruta de la naturaleza, pero no se limitó a hablar. En el 1968 creó, y estableció luego en el 1970, el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico, entidad sin fines de lucro desde la cual se dedicó a conservar y a proteger áreas naturales de alto valor ecológico e histórico en la isla, amparado en el desarrollo de proyectos de conservación y de educación. Para la Naturaleza es uno de sus brazos.

A lo largo de 33 años, Blanco compartió la dirección del Fideicomiso con sus múltiples roles en la gestión pública y privada, hasta que en el 2002 pasó el batón y en el 2003 el licenciado Fernando Lloveras aceptó liderar la iniciativa.

El pasado sábado, 3 de octubre, a las 5:00 p.m., Blanco falleció en el hospital acompañado de su familia inmediata dejando un importante legado en varias áreas, especialmente en la conservación ambiental. Tenía 86 años.


Javier Blanco y Fernando Lloveras. Foto / Suministrada

Que un puertorriqueño se ocupara de este tema cuando no estaba de moda y cuando en Estados Unidos no se habían fundado aún entidades como la Environmental Protection Agency (EPA) y el Departamento de Recursos Naturales, revela su adelantada visión, capaz de vaticinar el desastre climático que podría provocar la alteración constante de los modos de la naturaleza.

“Los beneficios de la conservación son tantos y él capturó la importancia de esto tan temprano, que puso a Puerto Rico en el mapa de conservación cuando muchas organizaciones respondieron décadas después; estaba bien adelantado a su tiempo”, resalta Lloveras.

Destaca que la crisis climática que vivimos ahora “responde a no haber actuado con celeridad en términos de un desarrollo responsable y de haber protegido más terrenos”. “Si hubiéramos hecho lo que él planteó en los tempranos sesenta, no tendríamos que recuperar mucho del terreno perdido y de la conservación que debimos haber hecho décadas atrás”, lamentó.

Al igual que en esta época, su discurso se topó con el favorecimiento del desparramamiento urbano que suele percibirse como progreso.

“La industria en Puerto Rico se desarrolla con un gran desparramamiento urbano sin seguir las directrices de uso de terreno y planificación que se debieron haber seguido; las urbanizaciones y los centros comerciales debieron haber estado en lugares más compactos, pero no se dio, adoptamos modelos que no nos correspondían y él lo criticó siempre mucho. Ese desparramamiento afectó la viabilidad ecológica de la isla entre carreteras, urbanizaciones y centros comerciales; eso era y todavía sigue siendo el gran problema en Puerto Rico en términos ecológicos”, agrega el líder del Fideicomiso.

LEGADO VIVO

Tres legados fundamentales de Blanco se identifican en la entidad que fundó, a juicio de su sucesor.

Para comenzar, “tenía una visión de planificación a largo plazo”, un estilo poco emulado en nuestro país. “Eso crea una visión de la isla y de la conservación diferente a lo que estamos acostumbrados”, dice.

Menciona además su empeño en fomentar “una cultura enfocada en el detalle, en hacer las cosas con alta calidad y eso, a nivel institucional, nos ha dejado mucho tesón y mucha disciplina. Era impecable”.

Y tercero destaca su conciencia de que otras generaciones no solo debían disfrutar de nuestra naturaleza, sino que era clave sembrar la semilla de la conservación como resultado del amor hacia nuestras tierras, costas y playas.

“Él crea el taller de inmersión en la naturaleza, en el que por una semana los niños pernoctan en espacios naturales nuestros y esto empezó hace 25 años. El programa ha transformado la vida de muchas personas y muchos ahora son empleados nuestros. Y es algo que pasa de generaciones, como los lugares históricos y las tierras que pasan a perpetuidad, pues eso pasa con la semilla en los jóvenes”, destaca.

“Me quedan muchos recuerdos de horas que pasé con él, de mucho aprendizaje porque me enseñó muchísimo. Ahora vienen esas memorias que guían a uno hacia el futuro”.

El saldo de esa consistente labor en favor de la conservación del ambiente fue la protección de miles de cuerdas de terreno gracias a su intervención, además de restaurar lugares históricos como la Hacienda Buena Vista en Ponce, la Reserva Natural Las Cabezas de San Juan, en Fajardo, o la Casa Ramón Power y Giralt, en el Viejo San Juan.

“Fue bien triste”, reconoce Lloveras el estado en que dejó la noticia del deceso de Blanco al personal del Fideicomiso, “porque este año celebramos 50 años de una organización que él dirigió por 33. Su muerte marca un momento de tristeza, pero a la vez lo asumimos con la responsabilidad de seguirlo hacia adelante. Me quedan muchos recuerdos de horas que pasé con él, de mucho aprendizaje porque me enseñó muchísimo. Ahora vienen esas memorias que guían a uno hacia el futuro”.

"En la Fundación Ángel Ramos nos sentimos muy orgullosos de haber apoyado desde sus comienzos la gran obra del Fideicomiso de Conservación y a quien fuera su fundador y director por muchos años, el Arquitecto Blanco", destacó, de otra parte, el licenciando Rafael Cortés Dapena, presidente de la Junta de directores de FAR.

A Blanco le sobreviven su esposa Nelly Graziani, sus hijos Miguel Agustín, Andrés Francisco y Mónica Elena, y sus nietos Ana María, Francisco Javier y Miranda.

Si quieres unirte a las iniciativas del Fideicomiso de Conservación, accede: www.paralanaturaleza.org.

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