En medio de la pandemia, la Casa Protegida Julia de Burgos continúa apoyando a sobrevivientes de violencia doméstica para que aprovechen una segunda oportunidad de vida.

Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé


Coraly León Morales, directora de Casa Julia.

Ya sean las tres de la tarde o las dos de la mañana el protocolo es el mismo: solo transportada por un patrulla policiaca una sobreviviente de violencia de género podrá llegar a la tranquilidad que le ofrece la Casa Protegida Julia de Burgos.

“Es un asunto de seguridad”, explica Coraly León Morales, directora ejecutiva de la organización que ya tiene 41 años de labor.

“Desde esa primera llamada que recibimos de la sobreviviente para orientación sobre los servicios, se hace un análisis de peligrosidad para identificar si su vida está en riesgo. Se le orienta cómo funciona el programa de albergue y, si lo acepta, se coordina con la Policía que da la transportación al albergue para que la persona agresora no pueda seguirla. Cuando llega ya ha sido orientada también sobre el contexto de la pandemia en el albergue y se le prepara un cuarto con lo que necesite”, agrega.


Lizbeth Amaro, sentada, y Deliris Agosto.

La directora comenzó a liderar la organización en el 2019. “Me recibieron los terremotos y la pandemia y esto ha sido aprender apagando fuegos, pero el equipo de Casa Julia es tremendo, es una de las grandes fortalezas de la organización y ha sido crucial para mi llegada y para adaptarme al trabajo”. 

León Morales subraya orgullosa que “a pesar de la pandemia, no hemos dejado de brindar servicios”. “Hemos sido bien rápidos en ajustarlos a las necesidades, tanto en los terremotos como en la pandemia”.

Casa Julia cuenta con seis programas; dos de vivienda permanente y transitoria, y centros en Ponce y Aguadilla que ofrecen servicios a sobrevivientes que no requieren de albergue. Brindan servicios de trabajo social, sicológicos, enfermería, manejo de casos e intercesoría legal, entre otros.

Junto a la Red de Albergues de Violencia Doméstica de Puerto Rico participaron de la creación de una guía uniforme para atender a sobrevivientes de este mal social, ajustaron su Programa de la Niñez y brindaron internet, computadoras y facilitadores para que los niños que viven en el albergue con sus madres o los que reciben servicios en los centros, pudieran continuar a modo remoto con su educación.

“Cuando comenzó la pandemia y se estableció el toque de queda en Puerto Rico tuvimos la experiencia, similar al resto de los albergues, que en esas primeras dos o tres semanas no recibimos llamadas de sobrevivientes. Esto nos alarmó muchísimo porque sabíamos que no era porque no se estaban dando los casos sino porque las sobrevivientes no contaban con un espacio seguro para poder hacer esa llamada”.

“Este último año atendimos de forma directa a 399 personas a través de nuestros distintos programas de mujeres y niños. En el caso de albergues, con los servicios educativos a la comunidad, impactamos sobre 16,000 personas. Desde que comenzó la pandemia, seguimos ofreciendo servicios educativos a la comunidad y de prevención en las redes sociales. Trabajamos distintas cápsulas educativas, la última fue sobre “Amor propio””, indica. 

EL PELIGRO DE QUEDARSE EN CASA

La consigna en la pandemia era clara, “quédate en casa”, y justo esa situación representó el peligro máximo para millones de mujeres en el mundo que quedaron encerradas con la persona que las violentaba. Al principio era muy difícil pedir ayuda.

“Cuando comenzó la pandemia y se estableció el toque de queda en Puerto Rico tuvimos la experiencia, similar al resto de los albergues, que en esas primeras dos o tres semanas no recibimos llamadas de sobrevivientes. Esto nos alarmó muchísimo porque sabíamos que no era porque no se estaban dando los casos sino porque las sobrevivientes no contaban con un espacio seguro para poder hacer esa llamada”, resalta.

Junto a la Red de Albergues echaron a andar una campaña, “Sé un buen vecino”, para comunicar que estaban ofreciendo servicios aún en el delicado comienzo de la pandemia.

“Les dijimos ‘no te tienes que quedar en casa si no es seguro para ti’. Hicimos cápsulas educativas, campañas en redes sociales y organizaciones aliadas nos ayudaron a dar a conocer la información. Entonces empezaron poco a poco a comunicarse de nuevo o a escribirnos en redes sociales. Reconocemos que a final de año hubo una menor cantidad de sobrevivientes albergadas, pero ahora es cuando más participantes, niñas y niños tenemos viviendo en el albergue y usando sus servicios”.

Un piso entero fue destinado al aislamiento ya que, al no disponer de continuas pruebas diagnósticas de COVID-19, las nuevas particiantes y sus hijos deben mantenerse en cuarentena por dos semanas. Desde ahí comienzan a recibir los servicios. De 13 espacios en la estructura, el virus impone que solo se usen ocho, en los que se acomodan mamá y los niños.

PERFILES QUE SE REPITEN


Inés Marrero y Mildred Viera.

Análisis realizados en Casa Julia arrojan que el 50% de las sobrevivientes que reciben tienen alguna condición de salud mental “que se agrava no sólo con la experiencia traumática de la violencia doméstica, sino también con la experiencia de vivir en una pandemia y las limitaciones que eso implica”.

También reciben sobrevivientes con condiciones de salud crónica, sin ningún apoyo familiar o recurso externo. Cuando terminan la fase de estabilización y fortalecimiento en el albergue, pasan a los programas de vivienda transitoria para que dispongan de un techo seguro, los cuales son subvencionados por el Departamento de Vivienda federal. Suelen cualificar participantes con condiciones crónicas de salud o con situaciones de diversidad social.

“Tratamos de que durante la transición continúen en nuestros programas porque se mantienen en la casa, con la familiaridad del personal que ya está aquí, lo que les da mucha seguridad a ellas y mucha satisfacción a nosotras porque vemos su desarrollo. Cuando no se puede, las referimos a los programas de vivienda de organizaciones hermanas”, dice.


Área de educación y juegos en el albergue.

Las alianzas en el tercer sector han sido fundamentales. “Interesantemente, la pandemia las ha fortalecido”, aplaude León.

“Hemos estado trabajando mano a mano, juntas hemos conseguido donaciones de equipo de protección, material de desinfección o identificamos propuestas más pequeñas que puedan ayudarnos en la pandemia. Nos hemos apoyado y esa solidaridad ha sido una de las grandes fortalezas en este proceso”.

Para brindar un mejor servicio, Casa Julia ya tiene una próxima meta: disponer de un mejor espacio físico que les permita albergar más sobrevivientes.

“Estamos explorando distintas opciones pero, sobre todo, estamos tratando de identificar fondos que es el reto para poder lograr algo como eso. Queremos servir a más sobrevivientes”, culmina León.

Para más información sobre los servicios de esta organización visita casajulia.org.

Fotos / Javier Del Valle

 

Web Analytics